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sábado, 27 de enero de 2024




EL INFIERNO

 

La doctrina del infierno es un tema del que muy poco se habla en las iglesias, a pesar de que Jesús muchas veces habló de ese lugar de tormento, refiriéndose en términos de tinieblas, prisión y fuego.

El asunto de si el fuego del infierno es literal o metafórico ha sido un tema muy discutido por los estudiosos, asimismo ha sido generador de varias doctrinas heréticas.     

 En la Biblia el fuego es un elemento importante, utilizado para enseñar la naturaleza de Dios y su relación con el hombre.

 En el Antiguo Testamento el fuego se usa para mostrar la ira de Dios, así como su juicio. También es un símbolo de la presencia de Dios, de purificación y de protección, esto último lo vimos en el éxodo cuando Dios guiaba a su pueblo por el desierto en forma de una columna de fuego.

 En el Nuevo Testamento el símbolo del fuego se emplea para referirse a la purificación y a la transformación del nuevo hombre. Se habla del bautismo de fuego y del fuego de la prueba. En Apocalipsis se usa el fuego como símbolo del juicio final.

 El fuego también es símbolo del Espíritu Santo y de la Palabra de Dios. Por lo que inferimos que el fuego tiene un simbolismo teológico y metafórico.

 Si el infierno es un lugar de fuego literal, nadie tiene la certeza; pero siendo que el libro de Apocalipsis basa todas sus descripciones en metáforas, lo más probable es que el fuego solamente sea una metáfora para enfatizar el tormento de dicho lugar. Hay que recordar que la realidad siempre supera a lo simbólico.

Pero fuere lo que fuere en realidad el infierno, sería mil veces mejor estar ardiendo en un lago de fuego que estar separado de Dios por toda la eternidad; porque esto significa estar totalmente desprotegido de su cuidado, de su misericordia, de su favor. Es encontrarse totalmente a la deriva en medio de la maldad, donde la justicia será una extraña.

 Como creyentes, no nos debería intimidar el fuego del infierno, eso es lo menos malo. Hacer énfasis en las altas temperaturas del infierno es menospreciar el verdadero significado de la ausencia de Dios en nuestra vida.

¿A quién iremos? Si sólo Dios es quien tiene palabras de vida y de esperanza para cualquier situación de desierto, de aguas blancas, de injusticia y de todo lo que nos acontece.

 El extremo calor del fuego es irrelevante y al cristiano maduro no le preocupa en lo mínimo. Terrible es sufrir la ausencia total de Dios y de todos sus beneficios. En esto debe estar el enfoque, eso es lo que se debe enseñar.

 

Para la gloria y honra de Dios.

 

 








martes, 23 de enero de 2024

Cómo Perdonar


 

El perdón de Dios al pecador es el tema central de la Biblia y es importante saber y entender en qué consiste.

 El perdón es el mayor acto de la misericordia de Dios, pero no se realiza de manera unilateral, Dios no perdona a todo el mundo, sino que perdona a quien le busque para pedírselo.

 En Isaías 1:18 leemos: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueron rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana,”

Ese es el primer paso, ir a Dios y ponerse a cuentas con Él; pero esto sólo es posible si el pecador primero se arrepiente. En uno de sus primeros discursos el apóstol Pedro dice: “arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados”. (Hechos 3:19)

El reconocerse como pecador, arrepentirse delante de Dios y pedirle perdón, eso es estar a cuentas. El pecador se arrepiente y Dios borra sus pecados. Dios limpia al pecador, que pasa de tener el alma manchada de un rojo intenso como la grana, a tenerla blanca como la nieve. En el registro de Dios, el pecador ahora es contado como justo; porque sus pecados han sido borrados.

En Isaías 43:25, dice: “Yo Soy (Dios) el que borro tus transgresiones por amor a mí mismo, y no recordaré tus pecados.”

Esto tiene un significado que no muchos valoramos en su verdadera dimensión, es el Todopoderoso comprometiéndose con un pecador que nada tiene que ofrecerle, a borrar sus pecados y no recordarlos nunca más.

Pero, esto no es como se dice popularmente, que el perdón es olvido. No es que a Dios el perdonar le provoque una crisis de amnesia. Dios no olvida nada; pero se compromete a borrarlos, es decir, a dejar el saldo en blanco.

Esto quiere decir que si vuelves a cometer el mismo pecado, cuando ya habías sido perdonado, Dios no va a decirte, bueno ya van dos. No, porque el saldo estaba en blanco y el conteo empieza nuevamente de cero. Es igual a un balance contable, cuando una deuda es cancelada, el balance queda en cero y nunca más se puede volver a cobrar ese dinero.

 La Biblia llama REMISIÓN de pecados al hecho de que Dios borra nuestros pecados de su registro divino. Remisión significa enviar los pecados lejos. Dios envía lejos nuestros pecados, es como si se lanzara un misil, éste nunca más podría regresar a nosotros.

Los hijos de Dios debemos aprender a perdonar en esa misma manera. Sabiendo que cuando perdonamos nos estamos comprometiendo a no recordar nunca más la transgresión.

 Muchas veces hay personas que dan testimonio en sus iglesias de cómo perdonaron a quienes les hicieron daño. A veces cuentan que perdonaron a sus padres por haberles causado dolor o tristeza, pero que “gracias a Dios, lo superaron”. Esto es contradictorio, porque si ya se perdonó no se puede estar echando en cara la transgresión. Además, es bochornoso, porque ofenden a los padres, están hablando mal de ellos, sacando los trapos sucios al sol, faltando al mandamiento de honrar a sus padres.

 Lamentablemente, quienes dan ese tipo de testimonios, no han entendido en qué consiste el verdadero perdón.

El que perdona, nunca más debe traer a colación lo que sucedió alguna vez. Así como dice la Biblia que Dios arrojará nuestros pecados a las profundidades del mar y que nunca más se acordará de ellos, así mismo deben hacer los creyentes cuando se comprometen a perdonar a alguien.

Que Dios nos bendiga y nos edifique con su Santa Palabra.

 

 








sábado, 20 de enero de 2024

La obediencia hace la diferencia


 LA OBEDIENCIA HACE LA DIFERENCIA

 

Hebreos 5:8 “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió obediencia.”

 La historia de nuestra redención es una historia de obediencia. El texto dice que Cristo “aprendió obediencia.”

 A veces se piensa que, para Jesús, por ser una deidad y por ser Hijo de Dios, no representaba ninguna dificultad ser perfecto y obedecer en todo al Padre.

Sin embargo, olvidamos que Jesús fue hombre en un 100%. La Escritura dice que Él se despojó a sí mismo de su condición de Dios y que se humilló tomando la forma de siervo y que estando en la condición de hombre se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. (Filipenses 2:6-8).

 Jesús se desarrolló como cualquier otro ser humano, aprendió a caminar, aprendió el oficio de la carpintería, estudió la ley, y, ese fue un proceso que completó en todas sus etapas.

 Entre las cosas que aprendió, está la obediencia. Siendo adolescente obedeció a sus padres terrenales y cuando fue hallado en el templo regresó con ellos a Nazaret y estaba sujeto a ellos. (Lucas 2:51).

 Cuando el diablo le tentó en el desierto, Jesús se encontraba en una situación vulnerable, después de cuarenta días de ayuno tenía hambre y pudo haber cedido a la tentación de convertir las piedras en pan; pero no lo hizo, decidió obedecer al Padre y venció la tentación.

 Como hombre se angustió tanto en la víspera de su muerte que cuando oró al Padre le pidió que pasase aquella copa de Él. El sufrimiento era tan intenso que su sudor era como gotas de sangre que caían a tierra. Jesús tenía poder, calmó la tempestad, resucitó muertos, devolvió la vista a ciegos, con ese poder Él pudo haber huido y esquivar la muerte en la cruz, pero no lo hizo, sino que decidió una vez más, obedecer al Padre.

 Pero a esta obediencia perfecta de Jesús, se le debe agregar un elemento más, obedeció con la actitud correcta en su corazón; nunca renegó ni nunca cuestionó al Padre, todo lo hizo por su santa y perfecta voluntad, por amor al Padre y por amor a las ovejas que el Padre le había dado como propiedad. Jesucristo no nos necesitaba, pero nos amó y por ese amor entregó su vida para salvarnos.

 Una buena pregunta sería: ¿Qué hubiera sido de nosotros los pecadores si Jesucristo hubiera decidido desobedecer al Padre?

Quien se ofreció en rescate por nosotros los pecadores debía ser perfecto para poder cumplir las demandas y la justicia que Dios el Padre exigía. La OBEDIENCIA hizo la diferencia, porque pudo mantener intacta su perfección.

 Si pensamos un momento en nuestra vida nos daremos cuenta de que siempre desobedecemos, pero que además justificamos nuestros pecados y nos hemos acomodado a la trillada frase “que errar es de humanos.” Pero Cristo siendo humano como nosotros, nunca desobedeció.

 La Palabra de Dios y sus ordenanzas son muy claras, nos dice cómo debemos tratar al prójimo, nos enumera todas nuestras obligaciones y nos dice cómo debemos adorarle y cómo debemos enseñar su Palabra. Pero con toda esta claridad, el hombre no es capaz de obedecer y ha introducido a la iglesia un montón de herejías.

Bajo el pretexto de modernizar la iglesia, han convertido el sagrado altar en un escenario de presentaciones artísticas y de payasos que cuentan chistes para entretener a una audiencia sin temor de Dios.

 Ya la iglesia ha dejado de ser un lugar santo donde se adoraba a Dios y donde se aprendía su Palabra. La han convertido en cualquier cosa, en un club social, donde se hacen amigos, pero donde no hay salvación.

 Si pudiésemos entender la magnitud de la Santidad de Dios, obedeceríamos como obedeció Cristo y podríamos darle el verdadero valor que tiene al sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario.

  Que Dios nos ayude a aprender obediencia.