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martes, 2 de julio de 2024

DEPRAVACIÓN TOTAL

 


“Por tanto, tal como el pecado entró en el mundo por medio de un hombre, y por medio del pecado la muerte, así también la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos pecaron.” (Romanos 5:12, Versión NBLA)

“...y éramos por naturaleza hijos de ira...” (Efesios 2:3)

 La Biblia nos enseña que después de la caída de nuestros primeros padres, Adán y Eva, todos los seres humanos han nacido con una naturaleza pecaminosa y corrupta, por tanto, todos estamos bajo la ira de Dios.

 Algunos pueden preguntar ¿Cuándo se convierte una persona en un pecador? La Biblia dice que nacemos con esa naturaleza, así se lee en Romanos 5:12. Esto es como preguntar ¿Cuándo se convierte en cerdo un cerdo? ¿Cuándo se revuelca por primera vez en el lodo, o ya nace así?

 Obviamente, el cerdo desde que es engendrado, ya es cerdo, y por su naturaleza, se revolcará en el lodo en cuanto pueda hacerlo. Igual sucede con la naturaleza pecaminosa del hombre, nace pecador y peca en cuanto le es posible hacerlo, aun cuando nadie se lo haya enseñado, esto podemos verlo en los niños, ellos mienten, se burlan de otros niños o los agreden.

 Pecamos porque nuestra naturaleza es pecaminosa. Nadie nace bueno, básicamente somos malos. En Jeremías 17:9 se lee “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?

 No podemos negar que hay unos seres humanos más malos que otros; pero la Biblia dice que “bueno” no hay ni uno. (Romanos 3:10-12)

 La naturaleza pecaminosa del hombre es la base teológica de la Doctrina de la Depravación Total, la que describe nuestra condición caída delante de Dios.

 La palabra Depravado viene del latín depravatus, participio del verbo depravare. Este verbo se formó sobre la raíz del adjetivo pravus que en su origen significa torcido, desviado y malformado y que de un sentido físico pasó a aplicarse en sentido moral, con el valor de pervertido y malvado. (Diccionario Etimológico)

 La Doctrina de la Depravación Total del hombre, explica que el hombre nace con una naturaleza pecaminosa que le impulsa a pecar. El pecado puede manifestarse de una y mil maneras, cada uno escoge el color de pecado que le apetece. Pero bueno, medio bueno o un poco bueno, no hay ninguno.

Antes de la caída, el ser humano era perfecto y mantenía una comunión íntima con Dios, gozando de acceso directo a su Creador y comunicándose directamente con Él. Sin embargo, cuando el ser humano pecó, se vio separado de Dios, ya que la naturaleza santa de Dios no puede coexistir con el pecado. Cualquier pecador no arrepentido permanece apartado de Dios, lo que significa que Dios no escucha ni bendice a esa persona. Dios es bueno, pero inmutable en sus decisiones; si no seguimos sus reglas, nos rechaza. Por lo tanto, no hay que creer en la falsedad de que Dios ama y bendice a todos indiscriminadamente porque Él es amor. Dios es un Dios de amor, pero también de justicia, y no eximirá una deuda. Si tenemos una deuda con Él, la exigirá y no mostrará misericordia.

 Cuando se echó a perder la imagen perfecta del hombre, Dios no sólo lo echó del Paraíso, sino que profirió maldiciones sobre él y sobre la tierra. (Génesis 3: 13-19). Una de esas maldiciones es la aparición del dolor, la enfermedad y el sufrimiento. Esta condición, por sí sola, convierte al hombre en un ser depravado (torcido, desviado).

El hombre tiene una deuda de pecado con Dios y el precio es la vida eterna. Para poder pagar su deuda, tendría que liberarse de su naturaleza pecaminosa, ser perfecto como Dios, y eso es imposible. El hombre se encuentra en bancarrota, tiene el alma podrida por el pecado y un cuerpo que se corrompe y muere. ¿Con qué le pagará el hombre a Dios si en él no hay nada de valor?

 La única manera de pagarle a Dios es tener un fiador que salde nuestra deuda, y éste es precisamente nuestro Señor Jesucristo. A eso vino, por eso murió en la cruz del Calvario, para ser nuestro fiador y pagar nuestra deuda y declararnos libres delante de Dios el Padre. Sólo aceptando a Cristo como nuestro Salvador podremos regresar a la Casa de nuestro Padre Celestial.

 Creer simplemente en Dios, no salva. Pertenecer a una iglesia, no salva. Creerse bueno, no salva. Pagarle a Dios nuestra deuda de pecado por medio de Jesucristo, es lo único que salva. Por amor a nuestros semejantes predicamos esta verdad de vida o muerte, porque al igual que Dios, no queremos que ninguno viva su eternidad en el infierno.

 La gloria y la honra sean dadas a Dios