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martes, 15 de octubre de 2024

FRUSTRACIÓN Y FE

 


Cuando vemos a Job, nos parece entender con claridad que los propósitos de Dios siempre tienen un final feliz. Sin embargo, cuando en nuestra vida experimentamos pruebas difíciles, no somos capaces de vislumbrar ningún final feliz.

Cuando la tragedia nos toca, solamente nos enfocamos en el escenario material que se presenta delante de nosotros, con todos sus actores moviéndose a nuestro alrededor; nuestros ojos espirituales permanecen cerrados, por lo que se nos imposibilita volver nuestra mirada a ese mundo espiritual que es el lugar en donde Dios está trabajando, donde nunca duerme ni descansa.

 El apóstol Pablo nos dice que nuestra lucha no es contra carne ni espada, que nuestra lucha es espiritual. Nuestra lucha no es contra la materia.

Sin embargo, y en honor a la verdad, las verdaderas luchas, las espirituales, las hemos relegado a un segundo plano y nuestra energía la gastamos en luchas materiales que dependen de las circunstancias.

 Las circunstancias son ocurrencias absolutamente materiales, que ocurren en el mundo que habitamos y que están estrechamente ligadas al tiempo, el lugar y el modo.

Habitualmente, cuando luchamos contra las circunstancias negativas, atribuimos el problema o la derrota, a la fatalidad.

Nuestra narrativa no obedece estrictamente a la realidad y la racionalizamos sin que en ella esté ausente el efecto mariposa.

 Si por un momento apeláramos a la cordura y nos quitásemos la venda espiritual de los ojos, podríamos ver que nuestra lucha es una lucha de fe. Cuando Pedro caminó sobre las aguas y luego sintió miedo, empezó a hundirse. Su lucha no era material, no era contra las aguas. Su lucha era de fe. Esto nos muestra que Dios tiene el control sobre la materia, pero que la fe que Él nos ha reglado, somos nosotros mismos quienes ejercemos el poder de manejarla y adecuarlas a cualquier circunstancia.

 Aquí, la pregunta sería: ¿Confiamos en Dios?

Es fácil perder la confianza en Dios y pensar que Él no se interesa en nosotros. Los discípulos también experimentaron ese sentimiento de que Dios les había abandonado y fueron víctimas de una profunda tristeza cuando el Maestro no les cumplió su sueño de instalar un reino terrenal.

 Y volvamos a Job, recordemos que todas sus quejas expresan su decepción de Dios, llegando al límite de desafiar a su Creador.

 La frustración constantemente nos lleva a preguntarnos ¿Por qué? Cuando la pregunta sería ¿Para qué?, pues creemos que todo lo que Dios hace tiene un propósito, que siempre es para bien a los que en Él confían.

 Cuando Job hace un montón de preguntas a Dios, basadas en el porqué de las cosas que le han sucedido, Dios no le da respuestas y más bien le responde con una serie de planteamientos que muestran su Poder y su Gloria, razones suficientes para confiar en Él.

En el momento que Job cambia la frustración por la fe, recibe la respuesta de Dios. Cuando estamos en medio de la adversidad no resulta fácil confiar en Dios, esto es algo inherente al ser humano, sin embargo, podemos estar seguros de que aun en esos momentos Dios está presto para reactivar nuestra fe, así como apareció a Job desde una dorada claridad, así se nos revela a nosotros de distintas maneras.

En las pruebas nunca estamos solos, recordemos que Dios nos prometió estar siempre con nosotros hasta el fin.

 

La gloria y la honra sean a Dios.