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sábado, 20 de enero de 2024

La obediencia hace la diferencia


 LA OBEDIENCIA HACE LA DIFERENCIA

 

Hebreos 5:8 “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió obediencia.”

 La historia de nuestra redención es una historia de obediencia. El texto dice que Cristo “aprendió obediencia.”

 A veces se piensa que, para Jesús, por ser una deidad y por ser Hijo de Dios, no representaba ninguna dificultad ser perfecto y obedecer en todo al Padre.

Sin embargo, olvidamos que Jesús fue hombre en un 100%. La Escritura dice que Él se despojó a sí mismo de su condición de Dios y que se humilló tomando la forma de siervo y que estando en la condición de hombre se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. (Filipenses 2:6-8).

 Jesús se desarrolló como cualquier otro ser humano, aprendió a caminar, aprendió el oficio de la carpintería, estudió la ley, y, ese fue un proceso que completó en todas sus etapas.

 Entre las cosas que aprendió, está la obediencia. Siendo adolescente obedeció a sus padres terrenales y cuando fue hallado en el templo regresó con ellos a Nazaret y estaba sujeto a ellos. (Lucas 2:51).

 Cuando el diablo le tentó en el desierto, Jesús se encontraba en una situación vulnerable, después de cuarenta días de ayuno tenía hambre y pudo haber cedido a la tentación de convertir las piedras en pan; pero no lo hizo, decidió obedecer al Padre y venció la tentación.

 Como hombre se angustió tanto en la víspera de su muerte que cuando oró al Padre le pidió que pasase aquella copa de Él. El sufrimiento era tan intenso que su sudor era como gotas de sangre que caían a tierra. Jesús tenía poder, calmó la tempestad, resucitó muertos, devolvió la vista a ciegos, con ese poder Él pudo haber huido y esquivar la muerte en la cruz, pero no lo hizo, sino que decidió una vez más, obedecer al Padre.

 Pero a esta obediencia perfecta de Jesús, se le debe agregar un elemento más, obedeció con la actitud correcta en su corazón; nunca renegó ni nunca cuestionó al Padre, todo lo hizo por su santa y perfecta voluntad, por amor al Padre y por amor a las ovejas que el Padre le había dado como propiedad. Jesucristo no nos necesitaba, pero nos amó y por ese amor entregó su vida para salvarnos.

 Una buena pregunta sería: ¿Qué hubiera sido de nosotros los pecadores si Jesucristo hubiera decidido desobedecer al Padre?

Quien se ofreció en rescate por nosotros los pecadores debía ser perfecto para poder cumplir las demandas y la justicia que Dios el Padre exigía. La OBEDIENCIA hizo la diferencia, porque pudo mantener intacta su perfección.

 Si pensamos un momento en nuestra vida nos daremos cuenta de que siempre desobedecemos, pero que además justificamos nuestros pecados y nos hemos acomodado a la trillada frase “que errar es de humanos.” Pero Cristo siendo humano como nosotros, nunca desobedeció.

 La Palabra de Dios y sus ordenanzas son muy claras, nos dice cómo debemos tratar al prójimo, nos enumera todas nuestras obligaciones y nos dice cómo debemos adorarle y cómo debemos enseñar su Palabra. Pero con toda esta claridad, el hombre no es capaz de obedecer y ha introducido a la iglesia un montón de herejías.

Bajo el pretexto de modernizar la iglesia, han convertido el sagrado altar en un escenario de presentaciones artísticas y de payasos que cuentan chistes para entretener a una audiencia sin temor de Dios.

 Ya la iglesia ha dejado de ser un lugar santo donde se adoraba a Dios y donde se aprendía su Palabra. La han convertido en cualquier cosa, en un club social, donde se hacen amigos, pero donde no hay salvación.

 Si pudiésemos entender la magnitud de la Santidad de Dios, obedeceríamos como obedeció Cristo y podríamos darle el verdadero valor que tiene al sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario.

  Que Dios nos ayude a aprender obediencia.

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