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jueves, 8 de febrero de 2024

LA MALDICIÓN DE LA LEY





LA MALDICIÓN DE LA LEY

En el Antiguo Testamento, Dios entregó a Moisés las leyes que debía cumplir el hombre para salvarse de la condenación eterna. El requisito consistía en cumplir toda la ley a cabalidad. Si una ley era violada, automáticamente el infractor estaba bajo condenación, considerándose maldito. (Deuteronomio 28:15)

Cuando Jesucristo vino al mundo para ofrecer salvación al pecador, dice en Gálatas 3:13 que: “Cristo nos rescató de la maldición de la ley al hacerse maldición por nosotros, Pues está escrito: Maldito todo el que es colgado de un madero.” (NVI)

Cuando decimos que Cristo nos rescató de la maldición de la ley, debemos estar conscientes de lo que eso realmente significa, porque no fuimos eximidos de cumplir la ley de Dios.

Si Dios nos hubiese eximido de cumplir Su ley, estaría negando su Naturaleza Santa y ya no sería una obligación el cumplimiento del mayor de todos los mandamientos que dice que debemos amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.

 Por otra parte, que Dios nos libere de cumplir Su ley sería un contrasentido y chocaría con lo dicho por Jesucristo en Mateo 5:17-18: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas: no he venido para abrogar, sino a cumplir. Porque de cierto os digo, que hasta que perezca el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde perecerá de la ley, hasta que todas las cosas sean hechas.” (RV)

 Entonces, ¿Qué es lo que cambió en las demandas de Dios para con el pecador?

 La condición de cumplir a la perfección toda la ley de Dios para ser salvos, fue cumplida por Jesucristo, Él cumplió la ley, pero además pagó el precio de nuestro pecado al morir en lugar de nosotros en la cruz del Calvario.

Aquí es donde ocurre el mayor milagro y la mayor prueba de amor que Dios nos ha dado. Jesús, como hombre, nació bajo la ley de Moisés y como vimos, Él dijo que no había venido a abrogar la ley, sino a cumplirla. Jesús cumplió la ley en manera perfecta, porque Él nunca pecó, satisfizo absolutamente todo lo que la ley demandaba. La ley se cumplió, no se abrogó.

Cuando un pecador arrepentido acepta a Jesús como su Salvador, está aceptando que Jesús es su representante legal delante de Dios, y esto sólo es posible por la fe, porque no es algo que pueda materializarse físicamente. Lo creemos por la sola Fe.

Entonces lo que cambió fue la condición. Ahora ya Dios no nos pide el requisito de cumplir la ley a cabalidad, sino que la condición es creer en Cristo por la fe. 

Aceptar a Jesucristo como nuestro Salvador, se traduce en que para Dios es como si nosotros mismos hubiésemos cumplido a perfección la ley y como si hubiésemos pagado el precio del pecado en la cruz del Calvario. La justicia de Jesucristo le ha sido imputada al pecador arrepentido.

Jesucristo, de eternidad a eternidad ha sido obediente al Padre, y si nosotros queremos honrarlo y darle gloria, entonces sabremos y entenderemos que el cumplimiento de la ley sigue siendo una obligación moral y que no tenemos luz verde para quebrantarla deliberadamente.

Nunca olvidemos que como dice el apóstol Pablo en su carta a los Romanos, por la obediencia de uno (Cristo), muchos son hechos justos.

 Toda la gloria sea dada a Dios.


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