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lunes, 28 de abril de 2025

POR QUÉ LLORÓ JESÚS

 

Cita: “Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió, y dijo: ¿Dónde le pusisteis? Le dijeron: Señor, ven y ve. Jesús lloró” (Juan 11:33-35).

Antes de iniciar, es importante recordar algunos aspectos, para tener claro que en Dios no existen contradicciones:

El Maestro de Galilea era Dios, pero también era hombre. Dios manifestado en carne (Juan 1:14). Su alma fue completamente humana, sintió tristeza y angustia, experimentó todo lo que un hombre es, por eso nos entiende. (He 5:15-16).

Como Dios, estimada es a sus ojos la muerte de sus santos (Salmo 116:15).

La Biblia registra tres resurrecciones realizadas por el Maestro. Resucitó al hijo de la viuda de Naím, a la hija de Jairo y a Lázaro.

La primera resurrección que registra la Biblia es la del hijo de la viuda de Naím.  Iba pasando el Maestro cuando vio que llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre y el Señor se compadeció de ella al verla llorar y la consoló diciendo: No llores. (Lucas 7:11-13).

En el caso de la hija de Jairo, Jesús le consuela diciendo: No temas; cree solamente, y será salva. Cuando llegó a la casa de Jairo, todos los presentes lloraban y se lamentaban. Pero él dijo: No lloréis; no está muerta, sino que duerme. (Lucas 8:50,52).

Jesús solamente consoló a Jairo, pero no se conmovió al ver llorar y lamentarse a los que ahí estaban, sino que los apartó.

En los dos casos se registra el dolor y el llanto de los familiares, y dice que Jesús les consoló, porque indudablemente sentía compasión y fue movido a misericordia, pero no lloró.

En el caso de Lázaro ocurre algo diferente, Jesús se conmovió y lloró. ¿Por qué?

Narra la historia que Lázaro enfermó y que sus hermanas enviaron a alguien para decir a Jesús que el que amaba estaba enfermo. Y el Maestro respondió: “Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella” (Juan 11:4). Y el Maestro se quedó dos días más en el lugar en que estaba.

Jesús no acudió inmediatamente a Betania para sanar a Lázaro, como lo había hecho tantas otras veces. También pudo haberlo sanado a distancia como en el caso del siervo del centurión. Esta actitud del Maestro, no podemos señalarla como una displicencia, porque Dios es amor y cuida de los suyos, pero también cabe recordar que su gloria se manifiesta en nuestra debilidad. En el caso específico de Lázaro, además, había un propósito divino.

Durante la jornada, Jesús supo que Lázaro había muerto sin que nadie se lo dijera, y les dijo a sus discípulos que regresaría a Betania, agregando:

“Y me alegro por vosotros, de no haber estado allí, para que creáis: mas vamos a él” (Juan 11:15)  

Es imposible pensar que el Maestro se alegrase con la muerte de su amigo y con el sufrimiento de sus hermanas. Dios es misericordia y es nuestro oportuno socorro (Hebreos 4:16). Su alegría tenía un fundamento: La muerte de Lázaro era un nuevo recordatorio para que los discípulos creyeran en la resurrección. Por eso Jesús les dice: Para que creáis.

Llega Jesús a Betania y les dice a las hermanas de Lázaro: “Tu hermano resucitará” (Juan 11:23). Pero estas mujeres todavía no logran el discernimiento espiritual y siguen atribuladas (Juan 11:24)

“Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió” (Juan 11:33)

Los expertos en griego nos dicen que la expresión “se conmovió”, implica un sentimiento de indignación, disgusto y enojo.

“Jesús lloró” (Juan 11:35)

Igualmente, los expertos en griego explican que esta expresión no hace referencia a un llanto emotivo, sino que se trata de un sollozo en silencio que produce lágrimas emotivas.

Los lamentos de Jesús no deben ser considerados como una simple exhibición de su humanidad. El Maestro no sentía tristeza por Lázaro, sino por la condición de un mundo caído e inmerso en el pecado, que en definitiva es la causa real de tanta desolación y de la muerte.

Luego Jesús se dirige al sepulcro, “profundamente conmovido otra vez” (Juan 11:38) y ordena que quiten la piedra: pero “Marta, la hermana del que había muerto, le dijo: Señor, hiede ya, porque es de cuatro días” (Juan 11:39).

Otra vez Marta evidencia su dureza de entendimiento, no es capaz de entender que Jesús es el mismo Dios y que para Él nada hay imposible.

Y Jesús otra vez le enfatiza que verá la gloria de Dios (Juan 11:40). Una vez quitada la piedra del sepulcro:

"Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes: pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado” (Juan 11:41-42)

Estas palabras del Maestro son más que claras. Él estaba conmovido profundamente, hasta las lágrimas, porque ahí nadie entendía que Él iba a resucitar a Lázaro, habiéndolo repetido cuatro veces (Juan 11:11, 23, 25, 40).

Cuando Jesús les dijo a sus discípulos que iría a Betania, afirmó con certeza: “Lázaro duerme; mas voy para despertarle” (Juan 11:11). No dijo tal vez pueda despertarle. Y para confirmar una vez más esta certeza, le dice al Padre: “Yo sabía que siempre me oyes” (Juan 11:42).

Jesús llora porque después de tanto tiempo de duras y largas jornadas de enseñanza y de manifestar la gloria del Padre, todavía los ojos espirituales de sus discípulos y de sus seres queridos, continuaban cerrados.

Jesús no llora por la muerte de un entrañable amigo, porque Él sabía que lo iba a resucitar. Llora de tristeza porque quienes le seguían no habían entendido que Él era el Hijo de Dios y que la gloria del Padre debía ser manifestada (Juan 9:3).

Jesús llora por la ceguera espiritual de sus discípulos, porque pronto habían olvidado que Él había resucitado al hijo de la viuda de Naím y a la hija de Jairo.

Una vez más los discípulos evidenciaban esa constante falta de discernimiento espiritual, llenando de tristeza al Maestro que, con tanta paciencia como empeño les había enseñado.

Todas las palabras y los hechos del Maestro deben ser escudriñados más allá de la simple lógica humana, porque siempre hay una dimensión espiritual que es la que nos deja enseñanzas para que podamos crecer y conocer la voluntad de Dios en nuestras vidas.


La gloria y la honra sean dadas a Dios

martes, 1 de abril de 2025

SIN JUSTICIA NO HAY DIOS



“Mas Jehová es el Dios verdadero; él es Dios vivo y Rey eterno; a su ira tiembla la tierra, y las naciones no pueden sufrir su indignación.” (Jeremías 10:10)

La predicación moderna se basa en la Biblia, pero le falta algo importante: el juicio de Dios. Esto significa que a menudo se enfoca en enseñanzas positivas y alentadoras, pero no aborda la importancia de que Dios juzgue nuestras acciones. El juicio de Dios es una parte fundamental de la fe cristiana, ya que nos recuerda que nuestras acciones tienen consecuencias y que debemos ser responsables ante Dios. Por lo tanto, es importante que la predicación incluya este aspecto para ofrecer una enseñanza completa y equilibrada.

Por ejemplo, imagina que alguien solo te dice lo bueno que eres y nunca te señala cuando haces algo mal. Aunque es agradable escuchar elogios, también es importante recibir críticas constructivas para poder crecer y mejorar. De la misma manera, la predicación debe incluir el juicio de Dios para ayudarnos a reflexionar sobre nuestras acciones y buscar la guía divina en nuestra vida.

Básicamente hay cinco razones que explican este fenómeno:

1. Han hecho del Amor de Dios un ídolo, porque omiten deliberadamente sus otros atributos, reduciendo a Dios a su mínima expresión. La Biblia claramente enseña todos los atributos de Dios y declara que Él es Santo, Celoso y Justo. 

Una cuestión de lógica primaria nos dice que sin justicia no puede haber amor y que sin castigo no puede haber justicia. Pero nadie quiere hablar de las doctrinas de la depravación total del hombre ni del infierno. Tampoco del pecado ni de la ira de Dios y sus efectos sobre la vida de los pecadores. Presentan al “Dios que te ama” sin decir que hemos pecado y que todos estábamos en una condición tan miserable que sólo merecíamos la muerte. Cuando cercenamos la Personalidad Perfecta de Dios y escondemos aquellos atributos que nos parecen negativos, estamos creando un ídolo, un dios falso hecho a la medida del hombre.

2. La iglesia ha sido seducida por el evangelio de la prosperidad. Nuestra cultura materialista nos hace buscar a un dios que tiene en ofertas, bonitas y baratas, un amplio catálogo de beneficios sin ninguna restricción y sin juicio. Somos así, todo lo queremos por la vía fácil de un dios de amor incondicional. De esta manera le robamos al evangelio su poder y su gloria; porque lo que no cuesta, hagámoslo fiesta. Escondemos al Dios que ha tenido infinita paciencia en soportar todas nuestras iniquidades e insensateces.

 3. La Santidad de Dios se ha minimizado. Tanto el profeta Isaías como el apóstol Juan tuvieron visiones y pudieron oír la alabanza celestial “Santo, Santo, Santo”. Los ángeles no decían Amor, Amor, Amor. Porque por encima del Amor de Dios, está su Santidad, ese es su atributo más sublime. Sólo cuando podemos ver la Santidad de Dios, entendemos que somos merecedores de su justa ira. Cuando perdemos el enfoque, la ira de Dios nos parece cruel, arbitraria y vergonzosa de predicar.

 4. El pragmatismo de la predicación moderna. Tristemente, muchas iglesias hoy funcionan como negocios y entre sus objetivos están la penetración y el posicionamiento de mercado. Ganar clientela y abrir muchas sucursales. Obviamente, una iglesia donde se enseñe la sana doctrina debe incluir las doctrinas de la depravación total del hombre y su incapacidad para salvarse por sí mismo; la justa ira de Dios y el destino final de los que rechazaron a Cristo, llámense inconversos, no convertidos, paganos, impíos, pecadores, perversos, prevaricadores, transgresores. Usted puede escoger el sinónimo que más le agrade.

Un evangelio comercial, con fines de lucro, sólo hablará del Dios de los imposibles, de los milagros, de la misericordia, del amor, de sus riquezas en gloria. Ese Dios que sólo es puro amor, todo amor, todo maravilla, todo fiel al hombre, siempre bonachón; porque, al fin y al cabo, nosotros somos la niña de sus ojos y debemos ser siempre prosperados, bendecidos e ir de victoria en victoria.

5. Temen más al hombre que a Dios. Cuando se teme más al prójimo que a Dios, habrá un deseo de agradar a todos, de no herir susceptibilidades y esto, definitivamente va a moldear nuestro mensaje; porque queremos aparentar ser muy piadosos. Dijo el apóstol Pablo: “¿Busco ahora el favor de los hombres o el de Dios? Si yo todavía estuviera tratando de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo.”

Predicar un falso Cristo no puede salvar a nadie de la justicia y la ira de Dios. Predicar un falso Cristo sólo trae juicio para el falso profeta y más oscuridad al que anda en tinieblas.

Dios necesita siervos fieles, que, igual que los profetas de la senda antigua predicaron juicio y llamaron a arrepentimiento, sin importarles ser pasados a espada. 

Recordemos que Dios es el Rey y que es Él quien pone las reglas para entrar a Su reino, que omitir las enseñanzas sobre el juicio y el castigo, atentan contra el objetivo primordial del evangelio, consistente en llamar al pecador a arrepentimiento y al caminar en santidad.

 La gloria y la honra sean dadas a Dios.