Buscar este blog

domingo, 10 de agosto de 2025

EL JUICIO DE DIOS VS EL JUICIO DE LOS HOMBRES


Cuando el rey David cometió el pecado de censar al pueblo de Israel, lo reconoció y  pidió perdón. 
Entonces Dios le propuso escoger un castigo de entre tres opciones: tres años de hambre, o ser derrotado por tres meses por sus enemigos, o tres días bajo la espada de Jehová. 

El rey David respondió: "Ruego que yo caiga en la mano de Jehová, porque sus misericordias son muchas en extremo; pero que no caiga en manos de hombres". Esta maravillosa declaración nos debería llevar a cuestionar la forma en que tratamos a otros.

A David, la sola idea de caer en mano de los hombres le aterra; porque sabe que el hombre es cruel para castigar y que no es capaz de sentir un ápice de misericordia. Dios, si bien castiga, lo hace con justicia y con misericordia, y también sabe perdonar. 

Pero el hombre sólo quiere destruir, exiliar, humillar, ningunear y matar a otro ser humano que se equivoca. 

Lo grave de esto es que cuando un creyente es el que pretende tomar el lugar de Dios -juzgando, condenando e imponiendo castigo- castigo busca para sí mismo, porque Dios no le ha puesto por juez. 

Además, el "creyente" que se convierte, no en justiciero, sino en verdugo, viene a ser piedra de tropiezo para que otros vengan a Cristo, pues nadie querrá ser verdugo como él.


En resumen, el texto nos advierte sobre la importancia de no actuar como si fuéramos Dios, juzgando y condenando a otros, ya que esto puede tener consecuencias negativas para nosotros mismos y para los demás en nuestra comunidad de fe. Es importante recordar que solo Dios tiene el poder de juzgar y castigar, y que nuestra labor como creyentes es actuar con amor y compasión hacia los demás.

Que Dios nos ayude a todos.