A David, la sola idea de caer en mano de los hombres le aterra; porque sabe que el hombre es cruel para castigar y que no es capaz de sentir un ápice de misericordia. Dios, si bien castiga, lo hace con justicia y con misericordia, y también sabe perdonar.
Pero el hombre sólo quiere destruir, exiliar, humillar, ningunear y matar a otro ser humano que se equivoca.
Lo grave de esto es que cuando un creyente es el que pretende tomar el lugar de Dios -juzgando, condenando e imponiendo castigo- castigo busca para sí mismo, porque Dios no le ha puesto por juez.
Además, el "creyente" que se convierte, no en justiciero, sino en verdugo, viene a ser piedra de tropiezo para que otros vengan a Cristo, pues nadie querrá ser verdugo como él.
En resumen, el texto nos advierte sobre la importancia de no actuar como si fuéramos Dios, juzgando y condenando a otros, ya que esto puede tener consecuencias negativas para nosotros mismos y para los demás en nuestra comunidad de fe. Es importante recordar que solo Dios tiene el poder de juzgar y castigar, y que nuestra labor como creyentes es actuar con amor y compasión hacia los demás.
Que Dios nos ayude a todos.