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miércoles, 23 de octubre de 2024

PARÁBOLA DEL SEMBRADOR

 


Lectura: Mateo 13:1-23

Las parábolas referidas por Jesús son profecías y describen lo que sucedería en la tierra en el presente siglo, es decir, en el tiempo comprendido entre el rechazo a Él durante su ministerio terrenal y su segunda venida. No se refieren a la iglesia de Jesucristo únicamente, sino que enseñan las distintas reacciones y respuestas del ser humano a su Palabra, durante su ausencia.

En la parábola del sembrador, Jesucristo es el sembrador. La semilla es su Palabra; la tierra, representa el corazón del hombre y a cuatro diferentes tipos de oidores de la Palabra; las aves, representan al maligno.

1. La semilla que cayó junto al camino (V 4 y V 19). La semilla cayó en una tierra endurecida por el continuo ir y venir de caminantes. Es tan dura la tierra que la semilla no puede germinar. Esa tierra es el corazón del hombre. Son aquellos que tienen el corazón tan endurecido que, escuchan la Palabra de Dios, pero no tienen ningún interés, porque no es importante para ellos, pues según su manera de pensar, no vinieron al mundo para perder el tiempo en cosas espirituales, sino que vinieron para “gozar” la vida.

En el V19, Jesús les llama “el que no entiende,” y no es que tengan alguna discapacidad mental o falta de comprensión. ¡Claro que no! La semilla fue recibida, el hombre la escuchó, la Palabra de Dios fue recibida por el oído, pero fue rechazada por el corazón y por eso no germinó. Las aves llegaron y se comieron la semilla. El corazón duro es presa fácil del diablo, porque él es el dios de este siglo y les ha cegado el entendimiento para que no les resplandezca la luz del Evangelio de la gloria de Dios.

2. La semilla que cayó en pedregales. (V 5 y V20) Muchos han escuchado la Palabra de Dios, algún amigo o familiar que les ama les ha predicado el evangelio de salvación y puede que hasta se hayan entusiasmado al momento de escuchar las promesas maravillosas de Dios y que se sientan cristianos, pero tienen corazones de piedra y realmente no están interesados en conocer las Escrituras, no les importa la opinión de Dios y se resisten a obedecer sus leyes, quieren hacer las cosas a su manera. De esta actitud hacia la Palabra de Dios, han salido los falsos profetas, los falsos maestros y los falsos cristianos.

Los falsos profetas no están interesados en que la gente se salve, sino en entretenerla para ellos enriquecerse; por eso sus prédicas son superficiales, pero fascinantes, sobre todo para aquellos que cuando llega la aflicción, buscan desesperadamente quien les consuele y se van tras los falsos profetas, especialistas en mensajes motivacionales.

Los corazones de piedra no han experimentado una conversión verdadera, es esa clase de oidores que responden al llamado del evangelismo moderno. Tristemente, hoy estamos asistiendo al cumplimiento de esta profecía declarada por Jesucristo.

3. La semilla que cayó entre espinos (V 7 y V 22). Estos personajes son aquellos que han escuchado la Palabra, pero que son estériles, no dan frutos. Son los que están en una iglesia, pero no se han convertido. Aquí ni siquiera tiene que intervenir Satanás, sino que la resistencia la hace la carne. El enemigo es el mundo; las espinas, son todas las atracciones de este mundo; pueden ser el trabajo, los pasatiempos o las actividades recreativas. Este oidor tiene el corazón dividido, quiere seguir a Jesús, pero también quiere estar coqueteando con el mundo, y nadie puede servir a dos señores. Eres pertenencia absoluta de Dios o pertenencia de Satanás, porque Dios es un Dios celoso y lo suyo no lo comparte con nadie.

4. La semilla que cayó en buena tierra. (V 8 y V 23) Este es el que OYE Y ENTIENDE LA PALABRA, y además, da frutos. Obedece todas las ordenanzas de Dios sin cuestionar ningún mandamiento, por gravoso que éste le parezca. Por obediencia a Dios es capaz de renunciar a su familia, a sus amigos y a todo lo que está en el mundo, pues ha entendido que la amistad con el mundo, es enemistad con Dios.

El predicador puede sentirse frustrado cuando su esfuerzo por sembrar resulta en unas pocas semillas germinadas. Pero recordemos que el rebaño de Jesucristo es una manada pequeña. Si nos fijamos, Jesús dice que sólo un 25% de la semilla caerá en buena tierra. El 75% restante, lamentablemente será condenado. Hay que seguir sembrando, sin desmayar. Demos gracias y glorifiquemos a Dios, los que pertenecemos a esa manada pequeña.

La gloria y la honra sean dadas a Dios.

martes, 15 de octubre de 2024

FRUSTRACIÓN Y FE

 


Cuando vemos a Job, nos parece entender con claridad que los propósitos de Dios siempre tienen un final feliz. Sin embargo, cuando en nuestra vida experimentamos pruebas difíciles, no somos capaces de vislumbrar ningún final feliz.

Cuando la tragedia nos toca, solamente nos enfocamos en el escenario material que se presenta delante de nosotros, con todos sus actores moviéndose a nuestro alrededor; nuestros ojos espirituales permanecen cerrados, por lo que se nos imposibilita volver nuestra mirada a ese mundo espiritual que es el lugar en donde Dios está trabajando, donde nunca duerme ni descansa.

 El apóstol Pablo nos dice que nuestra lucha no es contra carne ni espada, que nuestra lucha es espiritual. Nuestra lucha no es contra la materia.

Sin embargo, y en honor a la verdad, las verdaderas luchas, las espirituales, las hemos relegado a un segundo plano y nuestra energía la gastamos en luchas materiales que dependen de las circunstancias.

 Las circunstancias son ocurrencias absolutamente materiales, que ocurren en el mundo que habitamos y que están estrechamente ligadas al tiempo, el lugar y el modo.

Habitualmente, cuando luchamos contra las circunstancias negativas, atribuimos el problema o la derrota, a la fatalidad.

Nuestra narrativa no obedece estrictamente a la realidad y la racionalizamos sin que en ella esté ausente el efecto mariposa.

 Si por un momento apeláramos a la cordura y nos quitásemos la venda espiritual de los ojos, podríamos ver que nuestra lucha es una lucha de fe. Cuando Pedro caminó sobre las aguas y luego sintió miedo, empezó a hundirse. Su lucha no era material, no era contra las aguas. Su lucha era de fe. Esto nos muestra que Dios tiene el control sobre la materia, pero que la fe que Él nos ha reglado, somos nosotros mismos quienes ejercemos el poder de manejarla y adecuarlas a cualquier circunstancia.

 Aquí, la pregunta sería: ¿Confiamos en Dios?

Es fácil perder la confianza en Dios y pensar que Él no se interesa en nosotros. Los discípulos también experimentaron ese sentimiento de que Dios les había abandonado y fueron víctimas de una profunda tristeza cuando el Maestro no les cumplió su sueño de instalar un reino terrenal.

 Y volvamos a Job, recordemos que todas sus quejas expresan su decepción de Dios, llegando al límite de desafiar a su Creador.

 La frustración constantemente nos lleva a preguntarnos ¿Por qué? Cuando la pregunta sería ¿Para qué?, pues creemos que todo lo que Dios hace tiene un propósito, que siempre es para bien a los que en Él confían.

 Cuando Job hace un montón de preguntas a Dios, basadas en el porqué de las cosas que le han sucedido, Dios no le da respuestas y más bien le responde con una serie de planteamientos que muestran su Poder y su Gloria, razones suficientes para confiar en Él.

En el momento que Job cambia la frustración por la fe, recibe la respuesta de Dios. Cuando estamos en medio de la adversidad no resulta fácil confiar en Dios, esto es algo inherente al ser humano, sin embargo, podemos estar seguros de que aun en esos momentos Dios está presto para reactivar nuestra fe, así como apareció a Job desde una dorada claridad, así se nos revela a nosotros de distintas maneras.

En las pruebas nunca estamos solos, recordemos que Dios nos prometió estar siempre con nosotros hasta el fin.

 

La gloria y la honra sean a Dios.

 

jueves, 3 de octubre de 2024

SEA LA LUZ

 


Lectura: Génesis 1:1-8

Cita: Génesis 1:2-3: “Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz.” 

 Donde sólo había tinieblas y desorden, Dios con el poder de Su Palabra, hizo que la luz fuese.

Cada ser humano es comparable a un universo infinito, en el que repentinamente puede surgir el caos. El caos por sí solo no puede ordenarse, alguien tiene que ordenarlo y tener poder para hacerlo.

 El proceso de ordenar puede ser doloroso y extenso. Colocar cada cosa en su lugar y quitar las que están estorbando, significa que sufriremos pérdidas. Mas al final, cuando la obra se haya finalizado, percibiremos una dulce armonía, capaz de restaurar nuestro espíritu.

Los seres humanos tienden a acumular objetos, a menudo de poco valor. En otras ocasiones, se aferran a ideas, lugares o personas, encontrando difícil deshacerse de aquello que es superfluo en sus vidas.

Cuando estamos atravesando por las tinieblas, debemos confiar en que Dios en el momento preciso nos hará ver la luz, para que avancemos por el camino superando los obstáculos que nos impiden el paso. Asimismo, seremos capaces de ver todos aquellos objetos que no contribuyen a la armonía de nuestro escenario.

 En este punto es elemental aceptar la voluntad de Dios y Su Señorío, reconociendo que aun cuando no entendamos el porqué de algunas pérdidas, todo cuanto Él hace está orientado a restaurar nuestra armonía.

A Dios como Soberano, nadie le ordenó que pusiese orden en medio del caos y las tinieblas. Lo hizo porque pensó que era bueno. Muchas veces Dios actúa sin que nosotros se lo pidamos, sencillamente advierte el desorden que impera en nuestra existencia y procede a ordenar.

 Que Dios nos ayude a todos a comprender su infinito poder y su misericordia y a no olvidar que para Él lo imposible no existe.