Lectura: Daniel 3:1-30
Cita: Daniel 3:17 “He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará.”
La adversidad y la prosperidad son circunstancias que forman parte de la historia de la humanidad y de la historia personal de todo ser humano. Ambos eventos deben ser enfrentados con mucho discernimiento y prudencia.
Si bien la adversidad puede destruir al hombre, la prosperidad mal administrada también puede resultar demoledora. No son aislados los casos de ricos y famosos a quienes la fama y el dinero les han conducido a descender a los niveles más bajos de la miseria humana.
Al hombre natural, cualquiera que sea su situación, le resulta difícil enfrentar solo las circunstancias extremas que la vida propone.
Es probable que hoy cualquiera de nosotros esté en el fondo de un horno de fuego, sintiéndose asfixiado por el humo de la confusión. Puede ser que la puerta de salida sea inaccesible y que, en la desesperación, la única visión sea la derrota total o la muerte cercana.
Sin embargo, siempre es posible alzarse con la victoria. Para ello no hace falta hacer absolutamente nada. Cualquier cosa que decidamos hacer en un momento de impotencia, cuando la claridad y la serenidad están ausentes, incrementa las probabilidades de fracasar. Huir, tampoco es la solución, es alargar la angustia innecesariamente.
Para salir de la adversidad, aunque para algunos sea increíble, es necesario quedarse quieto, no hacer nada y tener calma en la espera, mientras se clama a Dios. Esta es la fe que nos da la victoria.
Cuando Daniel y sus amigos fueron echados al horno de fuego, tuvieron la certeza de que Dios podía librarlos de la mano del rey y del horno de fuego. Dice la Escritura que cuando los tres jóvenes estaban en el fondo del pozo, ahí apareció un cuarto hombre, cuyo aspecto era como de hijo de dioses. Sí, allí estaba Dios mismo al lado de los tres jóvenes de fe, no los dejó solos en ningún momento, les dio la victoria. Cuando los jóvenes salieron del pozo sus ropas estaban intactas, ni siquiera olían a humo.
El creyente no está solo en su adversidad, Dios permanece a su lado, cuidando de él, fortaleciendo su fe. Esta es la certeza que activa nuestra fe.
En medio de la adversidad confiemos en el poder y en la misericordia de Dios y que nuestro ropaje de fe no se contamine con el humo de la amargura. Ojalá ese sea nuestro testimonio para que los incrédulos se conviertan.
Dios es el mismo de ayer, de hoy y por los siglos. La fe tampoco ha cambiado, es sólo creer, así de simple.
Pensamiento: En la adversidad o en la prosperidad, la fe nos sostiene.
La gloria y la honra sean dadas a Dios
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