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sábado, 31 de mayo de 2025

LA ORACIÓN QUE DIOS OYE


 “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho.” (Juan 15:7)

La frase “Si permanecéis en mí” es condicional. La condición que pone Jesús es permanecer en él. Y sólo puede permanecer en Jesucristo la persona que le ha reconocido y aceptado como su Salvador personal, por lo que, la promesa de recibir lo que se quiere es válida solamente para los hijos de Dios, no es para todo el que dice creer en Él.

El apóstol Santiago dice en su carta: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen y tiemblan.” El simple hecho de creer en Dios, apenas nos coloca al mismo nivel de los demonios, porque ellos creen, pero no obedecen ni se someten a Él.

Ser hijo de Dios va más allá de creer en ÉL, la Biblia dice que “a todos los que le recibieron (a Jesús), a los que creen en su nombre, les dio la potestad de ser hechos hijos de Dios.” (Juan 1:12). 

Creer es algo más que un mero conocimiento intelectual. Creer es recibir a Cristo como Salvador y obedecer sus mandamientos. Jesús les dijo a los judíos que habían creído en él: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos” (Juan 8:31). Esto significa que sólo los salvos pueden permanecer en Cristo. Juan en su primera epístola reafirma esta idea: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.” (1ª Juan 1:6).

Jesús, cuando oró por sus discípulos lo dijo de una manera que no deja lugar a dudas: “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste;” (Juan 17:9). Jesús no ruega por los inconversos y tampoco les concede lo que piden.

¿QUÉ ES PERMANECER? Como siempre, la Biblia nos responde: “Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.” (1ª Juan 3:24).

Sólo los salvos tienen al Espíritu Santo: “En él (en Cristo) también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa.” (Efesios 1:13). Dios no escucha directamente nuestras oraciones, sino que el Espíritu Santo que mora en nosotros es quien intercede con gemidos indecibles (Romanos 8:26), además, esta obra intercesora del Espíritu Santo es paralela a la obra intercesora de nuestro Señor Jesucristo: “por lo cual (Cristo) puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para INTERCEDER por ellos.” (Hebreos 7:25)

“Porque hay un sólo Dios, y un sólo MEDIADOR entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre.” (1ª Timoteo 2:5). El creyente que obedece a Dios y que guarda sus mandamientos, sabe que todo se lo debemos pedir a Dios el Padre en el nombre de Jesús, no hay otro mediador que interceda por nosotros.

Muchos cristianos, a veces con tristeza, dicen que oran y que Dios no les responde. Pero, amados, Dios NUNCA falta a sus promesas. Si pedimos conforme a su voluntad y permanecemos en comunión con él, podemos pedir lo que queramos y lo recibiremos.

Reflexionemos sobre nuestra comunión con Dios y pongámonos bajo su lupa, a fin de reconocer en qué estamos fallando, luego arrepintámonos de corazón. Entonces Dios cumplirá su promesa.

Si aún no has recibido a Jesucristo como tu Salvador personal, hoy es el día de tu salvación, no endurezcas tu corazón, porque a los que le recibieron les espera una vida eterna en las mansiones celestiales y mientras llega ese día, acá en la tierra, el Señor es nuestra ayuda, nuestro oportuno socorro y nuestro abogado.

 

Que Dios nos ayude a todos.

martes, 6 de mayo de 2025

¿PUEDE SALIR ALGO BUENO DE NAZARET?

 

Natanael le dijo: ¿De Nazaret puede salir algo de bueno? Le dijo Felipe: Ven y ve”. (Juan 1:46).

 Nazaret, en tiempos de Jesús, era una aldea muy pequeña. Había muchos terraplenes y muros de contención. En época de lluvia era un desastre, por eso las casas tenían en las puertas un alto peldaño de piedra, para evitar que las torrenteras que venían de lo alto del Nebi, las inundaran.

 La basura y el lodo formaban grandes montones apestosos, cubiertos de moscas y gatos. En contraste, había muchas flores en todas las casas: menta, jazmín, tulipanes, narcisos, anémonas y rosas.

 Debido al patético y asqueroso panorama surgió la frase “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?

 Aunque nos parezca increíble, de ahí salió lo más sublime que haya pisado la tierra: Jesús de Nazaret.

Los prejuicios son tan viejos como la humanidad misma. Jesús no buscó discípulos de entre las clases altas, sino entre humildes pescadores y gente del pueblo. A esos hombres rústicos y poco educados escogió el Maestro para que predicasen el evangelio a todo el mundo.

Hay muchos cristianos que no son jactanciosos, que estudian y escudriñan la Palabra de Dios por largas y cansadas horas, sin importar muchas veces ni el hambre ni el sueño; pero lo hacen porque aman compartir la Verdad que salva vidas.

Sin embargo, son menospreciados, descalificados o ignorados; son los Noé a quienes el mundo considera locos. Tal vez sea el amigo que conocimos en la infancia, el vecino, el pariente, el hermano o la madre que carece de un título reconocido.

El ser humano es así, siempre hará acepción de personas y eso no es maravilla, porque el corazón del hombre es malo por naturaleza.

Pensamiento: Bienaventurados los que leen y entienden que en medio del lodo también pueden crecer jazmines y tulipanes.

 

   

 

 

 

 

 

 

 

 



 

 

lunes, 28 de abril de 2025

POR QUÉ LLORÓ JESÚS

 

Cita: “Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió, y dijo: ¿Dónde le pusisteis? Le dijeron: Señor, ven y ve. Jesús lloró” (Juan 11:33-35).

Antes de iniciar, es importante recordar algunos aspectos, para tener claro que en Dios no existen contradicciones:

El Maestro de Galilea era Dios, pero también era hombre. Dios manifestado en carne (Juan 1:14). Su alma fue completamente humana, sintió tristeza y angustia, experimentó todo lo que un hombre es, por eso nos entiende. (He 5:15-16).

Como Dios, estimada es a sus ojos la muerte de sus santos (Salmo 116:15).

La Biblia registra tres resurrecciones realizadas por el Maestro. Resucitó al hijo de la viuda de Naím, a la hija de Jairo y a Lázaro.

La primera resurrección que registra la Biblia es la del hijo de la viuda de Naím.  Iba pasando el Maestro cuando vio que llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre y el Señor se compadeció de ella al verla llorar y la consoló diciendo: No llores. (Lucas 7:11-13).

En el caso de la hija de Jairo, Jesús le consuela diciendo: No temas; cree solamente, y será salva. Cuando llegó a la casa de Jairo, todos los presentes lloraban y se lamentaban. Pero él dijo: No lloréis; no está muerta, sino que duerme. (Lucas 8:50,52).

Jesús solamente consoló a Jairo, pero no se conmovió al ver llorar y lamentarse a los que ahí estaban, sino que los apartó.

En los dos casos se registra el dolor y el llanto de los familiares, y dice que Jesús les consoló, porque indudablemente sentía compasión y fue movido a misericordia, pero no lloró.

En el caso de Lázaro ocurre algo diferente, Jesús se conmovió y lloró. ¿Por qué?

Narra la historia que Lázaro enfermó y que sus hermanas enviaron a alguien para decir a Jesús que el que amaba estaba enfermo. Y el Maestro respondió: “Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella” (Juan 11:4). Y el Maestro se quedó dos días más en el lugar en que estaba.

Jesús no acudió inmediatamente a Betania para sanar a Lázaro, como lo había hecho tantas otras veces. También pudo haberlo sanado a distancia como en el caso del siervo del centurión. Esta actitud del Maestro, no podemos señalarla como una displicencia, porque Dios es amor y cuida de los suyos, pero también cabe recordar que su gloria se manifiesta en nuestra debilidad. En el caso específico de Lázaro, además, había un propósito divino.

Durante la jornada, Jesús supo que Lázaro había muerto sin que nadie se lo dijera, y les dijo a sus discípulos que regresaría a Betania, agregando:

“Y me alegro por vosotros, de no haber estado allí, para que creáis: mas vamos a él” (Juan 11:15)  

Es imposible pensar que el Maestro se alegrase con la muerte de su amigo y con el sufrimiento de sus hermanas. Dios es misericordia y es nuestro oportuno socorro (Hebreos 4:16). Su alegría tenía un fundamento: La muerte de Lázaro era un nuevo recordatorio para que los discípulos creyeran en la resurrección. Por eso Jesús les dice: Para que creáis.

Llega Jesús a Betania y les dice a las hermanas de Lázaro: “Tu hermano resucitará” (Juan 11:23). Pero estas mujeres todavía no logran el discernimiento espiritual y siguen atribuladas (Juan 11:24)

“Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió” (Juan 11:33)

Los expertos en griego nos dicen que la expresión “se conmovió”, implica un sentimiento de indignación, disgusto y enojo.

“Jesús lloró” (Juan 11:35)

Igualmente, los expertos en griego explican que esta expresión no hace referencia a un llanto emotivo, sino que se trata de un sollozo en silencio que produce lágrimas emotivas.

Los lamentos de Jesús no deben ser considerados como una simple exhibición de su humanidad. El Maestro no sentía tristeza por Lázaro, sino por la condición de un mundo caído e inmerso en el pecado, que en definitiva es la causa real de tanta desolación y de la muerte.

Luego Jesús se dirige al sepulcro, “profundamente conmovido otra vez” (Juan 11:38) y ordena que quiten la piedra: pero “Marta, la hermana del que había muerto, le dijo: Señor, hiede ya, porque es de cuatro días” (Juan 11:39).

Otra vez Marta evidencia su dureza de entendimiento, no es capaz de entender que Jesús es el mismo Dios y que para Él nada hay imposible.

Y Jesús otra vez le enfatiza que verá la gloria de Dios (Juan 11:40). Una vez quitada la piedra del sepulcro:

"Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes: pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado” (Juan 11:41-42)

Estas palabras del Maestro son más que claras. Él estaba conmovido profundamente, hasta las lágrimas, porque ahí nadie entendía que Él iba a resucitar a Lázaro, habiéndolo repetido cuatro veces (Juan 11:11, 23, 25, 40).

Cuando Jesús les dijo a sus discípulos que iría a Betania, afirmó con certeza: “Lázaro duerme; mas voy para despertarle” (Juan 11:11). No dijo tal vez pueda despertarle. Y para confirmar una vez más esta certeza, le dice al Padre: “Yo sabía que siempre me oyes” (Juan 11:42).

Jesús llora porque después de tanto tiempo de duras y largas jornadas de enseñanza y de manifestar la gloria del Padre, todavía los ojos espirituales de sus discípulos y de sus seres queridos, continuaban cerrados.

Jesús no llora por la muerte de un entrañable amigo, porque Él sabía que lo iba a resucitar. Llora de tristeza porque quienes le seguían no habían entendido que Él era el Hijo de Dios y que la gloria del Padre debía ser manifestada (Juan 9:3).

Jesús llora por la ceguera espiritual de sus discípulos, porque pronto habían olvidado que Él había resucitado al hijo de la viuda de Naím y a la hija de Jairo.

Una vez más los discípulos evidenciaban esa constante falta de discernimiento espiritual, llenando de tristeza al Maestro que, con tanta paciencia como empeño les había enseñado.

Todas las palabras y los hechos del Maestro deben ser escudriñados más allá de la simple lógica humana, porque siempre hay una dimensión espiritual que es la que nos deja enseñanzas para que podamos crecer y conocer la voluntad de Dios en nuestras vidas.


La gloria y la honra sean dadas a Dios

martes, 1 de abril de 2025

SIN JUSTICIA NO HAY DIOS



“Mas Jehová es el Dios verdadero; él es Dios vivo y Rey eterno; a su ira tiembla la tierra, y las naciones no pueden sufrir su indignación.” (Jeremías 10:10)

La predicación moderna se basa en la Biblia, pero le falta algo importante: el juicio de Dios. Esto significa que a menudo se enfoca en enseñanzas positivas y alentadoras, pero no aborda la importancia de que Dios juzgue nuestras acciones. El juicio de Dios es una parte fundamental de la fe cristiana, ya que nos recuerda que nuestras acciones tienen consecuencias y que debemos ser responsables ante Dios. Por lo tanto, es importante que la predicación incluya este aspecto para ofrecer una enseñanza completa y equilibrada.

Por ejemplo, imagina que alguien solo te dice lo bueno que eres y nunca te señala cuando haces algo mal. Aunque es agradable escuchar elogios, también es importante recibir críticas constructivas para poder crecer y mejorar. De la misma manera, la predicación debe incluir el juicio de Dios para ayudarnos a reflexionar sobre nuestras acciones y buscar la guía divina en nuestra vida.

Básicamente hay cinco razones que explican este fenómeno:

1. Han hecho del Amor de Dios un ídolo, porque omiten deliberadamente sus otros atributos, reduciendo a Dios a su mínima expresión. La Biblia claramente enseña todos los atributos de Dios y declara que Él es Santo, Celoso y Justo. 

Una cuestión de lógica primaria nos dice que sin justicia no puede haber amor y que sin castigo no puede haber justicia. Pero nadie quiere hablar de las doctrinas de la depravación total del hombre ni del infierno. Tampoco del pecado ni de la ira de Dios y sus efectos sobre la vida de los pecadores. Presentan al “Dios que te ama” sin decir que hemos pecado y que todos estábamos en una condición tan miserable que sólo merecíamos la muerte. Cuando cercenamos la Personalidad Perfecta de Dios y escondemos aquellos atributos que nos parecen negativos, estamos creando un ídolo, un dios falso hecho a la medida del hombre.

2. La iglesia ha sido seducida por el evangelio de la prosperidad. Nuestra cultura materialista nos hace buscar a un dios que tiene en ofertas, bonitas y baratas, un amplio catálogo de beneficios sin ninguna restricción y sin juicio. Somos así, todo lo queremos por la vía fácil de un dios de amor incondicional. De esta manera le robamos al evangelio su poder y su gloria; porque lo que no cuesta, hagámoslo fiesta. Escondemos al Dios que ha tenido infinita paciencia en soportar todas nuestras iniquidades e insensateces.

 3. La Santidad de Dios se ha minimizado. Tanto el profeta Isaías como el apóstol Juan tuvieron visiones y pudieron oír la alabanza celestial “Santo, Santo, Santo”. Los ángeles no decían Amor, Amor, Amor. Porque por encima del Amor de Dios, está su Santidad, ese es su atributo más sublime. Sólo cuando podemos ver la Santidad de Dios, entendemos que somos merecedores de su justa ira. Cuando perdemos el enfoque, la ira de Dios nos parece cruel, arbitraria y vergonzosa de predicar.

 4. El pragmatismo de la predicación moderna. Tristemente, muchas iglesias hoy funcionan como negocios y entre sus objetivos están la penetración y el posicionamiento de mercado. Ganar clientela y abrir muchas sucursales. Obviamente, una iglesia donde se enseñe la sana doctrina debe incluir las doctrinas de la depravación total del hombre y su incapacidad para salvarse por sí mismo; la justa ira de Dios y el destino final de los que rechazaron a Cristo, llámense inconversos, no convertidos, paganos, impíos, pecadores, perversos, prevaricadores, transgresores. Usted puede escoger el sinónimo que más le agrade.

Un evangelio comercial, con fines de lucro, sólo hablará del Dios de los imposibles, de los milagros, de la misericordia, del amor, de sus riquezas en gloria. Ese Dios que sólo es puro amor, todo amor, todo maravilla, todo fiel al hombre, siempre bonachón; porque, al fin y al cabo, nosotros somos la niña de sus ojos y debemos ser siempre prosperados, bendecidos e ir de victoria en victoria.

5. Temen más al hombre que a Dios. Cuando se teme más al prójimo que a Dios, habrá un deseo de agradar a todos, de no herir susceptibilidades y esto, definitivamente va a moldear nuestro mensaje; porque queremos aparentar ser muy piadosos. Dijo el apóstol Pablo: “¿Busco ahora el favor de los hombres o el de Dios? Si yo todavía estuviera tratando de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo.”

Predicar un falso Cristo no puede salvar a nadie de la justicia y la ira de Dios. Predicar un falso Cristo sólo trae juicio para el falso profeta y más oscuridad al que anda en tinieblas.

Dios necesita siervos fieles, que, igual que los profetas de la senda antigua predicaron juicio y llamaron a arrepentimiento, sin importarles ser pasados a espada. 

Recordemos que Dios es el Rey y que es Él quien pone las reglas para entrar a Su reino, que omitir las enseñanzas sobre el juicio y el castigo, atentan contra el objetivo primordial del evangelio, consistente en llamar al pecador a arrepentimiento y al caminar en santidad.

 La gloria y la honra sean dadas a Dios.


viernes, 21 de marzo de 2025

JESÚS SE HUMILLÓ A SÍ MISMO


En la epístola a los Filipenses leemos que Jesús siendo Dios no se aferró a ser igual a Dios y que en su condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, el más grande oprobio al que fue sometido.

La carta a los Hebreos también habla de ese tema y, aunque es una carta doctrinal, también contiene aspectos de la vida práctica que un verdadero discípulo de Jesucristo debe evidenciar en su manera de vivir.

La carta a los Hebreos es un legítimo tesoro de las Sagradas Escrituras, no sólo porque contiene la médula doctrinal, sino porque nos da una gloriosa esperanza en Cristo Jesús, nuestro Sumo Sacerdote para siempre.

En la carta a los Hebreos se habla de los sufrimientos de Jesús y se nos explica para qué fue necesario que los acontecimientos se diesen de esa manera:

Jesús “fue coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos. "Porque convenía a Aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por AFLICCIONES al Autor de la salvación de ellos.” (Hebreos 2:9-10)

“Jesús fue semejante en todo a sus hermanos, para venir a ser misericordioso. Pues en cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.” (Hebreos 2:17-18)

 “No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, por eso podemos acercarnos confiadamente al Trono de la Gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.”  (Hebreos 4:15-16)

Después de leer estas sublimes palabras, uno no puede más que dar gloria a Dios. Ante nosotros se abre la esencia de Dios, revelada en la humanidad y en la humildad de Jesucristo.

La grandeza de Jesús está marcada por su humildad; vivió entre los pobres y entre los más viles pecadores, y, nunca hizo acepción de personas.

Sólo quien ha vivido entre gente imperfecta, con padres que yerran, con hijos que se descarrían, con hijos que no brillan en nada, con gente común y corriente llena de defectos, con pruebas donde el sufrimiento se vuelve intolerable, sólo ese es capaz de sentir misericordia por el prójimo y de ayudarlo, de consolarlo, de sanar sus heridas.

Pero quienes creen que han tenido una maravillosa vida, con facilidades económicas, con padres perfectos, con hijos perfectos y con un entorno cómodo, les resulta difícil sentir empatía por el prójimo, y aun, les resulta difícil buscar a Dios, porque según ellos, tienen la vida resuelta.

Jesús padeció intensamente y se humilló hasta la muerte, “por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” (Filipenses 2:9-11)

Bienaventurados aquellos hombres y mujeres de Dios que siguen los pasos del Maestro, llenos de humildad y de amor al prójimo, porque al final ellos serán recompensados.

¡La gloria y la honra sean dadas a Dios!

 

 

 

sábado, 15 de marzo de 2025

AVIVAMIENTO ESPIRITUAL


 Lectura: 2o Reyes 22:20, 23:1-27

Josías, rey de Jerusalén, hizo lo recto delante de los ojos de Jehová. Inicia la reparación del Templo, que al parecer no estaba cuando él ascendió al trono.

El templo se había convertido en una especie de bodega, un depósito de sobras y de desechos. Dicho sea de paso, hoy muchos templos necesitan ser reconstruidos, no físicamente, sino espiritualmente; porque se han convertido en depósitos de toda clase de basura proveniente del mundo: música herética, danzas, representaciones teatrales, y toda clase de fuego extraño que Dios nunca ha ordenado.

Toda esa basura, impide el crecimiento espiritual de las iglesias, porque ahí no está el Espíritu Santo.

Resulta que cuando iniciaron los trabajos de reparación en el templo, Hilcías, el sumo sacerdote encontró el Libro de la Ley. ¡Sí! Habían perdido la Palabra de Dios, y la habían perdido en el templo. Este dato es muy interesante, y no se trata de espiritualizar el asunto, pero hoy en día muchas iglesias evangélicas han perdido la Biblia, y la han perdido en la iglesia; porque ahí no se obedecen las ordenanzas de Dios, los líderes hacen lo que quieren, hay desde “pastoras” hasta toda otra clase de desperdicios con ministerios inventados como música, danza, profecía, etc.

 Hilcías le entregó el Libro de la ley al escriba Safán, quien se lo llevó a Josías y se lo leyó.

Cuando Josías escuchó por primera vez la lectura de la Palabra de Dios, se rasgó sus vestiduras en señal de dolor por no haber cumplido él y el pueblo, los mandamientos de Jehová, comprendiendo que por esta razón habían sufrido tantos males.

Josías entonces hace una reforma en toda la nación, trayendo un gran avivamiento. Primero experimentaron profundo dolor por sus pecados y luego fueron movidos a arrepentimiento. Hubo en el pueblo un cambio total y todos se comprometieron a cumplir las palabras del pacto que estaban escritas en aquel libro.

Sólo la Palabra de Dios puede traer un verdadero avivamiento. Los métodos de los hombres recurren a cruzadas de milagros, a fiestas espirituales, retiros, vigilias, encuentros, etc, etc.

Todo esto es vano si no hay un genuino reconocimiento de la situación de pecado en la que se vive, y si no hay arrepentimiento ni cambio de actitud, todo es una farsa, que por supuesto, es abominación para el Señor.

El avivamiento espiritual no se mide por la asistencia numerosa a uno de esos eventos, ni por los gritos de júbilo de los que corean alabanzas, o de los aplausos para los danzarines.

El avivamiento es el corazón contrito, humillado y arrepentido, dispuesto a comprometerse en obediencia a Dios.

La gloria y la honra sean dadas a Dios

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 5 de marzo de 2025

FE FIRME


 Lectura: Isaías 7:9

Cita: Isaías 7:9b (VP) “…si ustedes no tienen una fe firme, tampoco quedarán firmemente en pie.”

 

Los mensajeros le dicen al rey Acaz de Judá que dos pueblos se han aliado en contra suya y entonces el rey y su pueblo empezaron a temblar como tiemblan los árboles del bosque cuando sopla el viento. El profeta Isaías amonesta al joven rey y le dice que no tenga miedo ni se acobarde y, le recalca que la fe es indispensable para creer y aceptar la promesa del Señor; pero el rey Acaz no tiene la fe ni quiere ejercerla en ese momento.

 Lo que le sucedió al rey Acaz también le ocurre a muchas personas que cuando pasan por problemas o dificultades se niegan o se resisten a aceptar que la fe tiene una importancia suprema.

 Nuestra cita bíblica es esencial: “…si ustedes no tienen una fe firme, tampoco quedarán firmemente en pie.”

 Podrían citarse muchos textos bíblicos que hablan de la fe, podríamos contar cada una de las historias de los héroes de la fe. Así y todo, no servirían para el momento de la necesidad o de la crisis, como le ocurrió a Acaz, quien seguramente conocía la historia de su pueblo y probablemente también estaba al corriente de muchas definiciones de la fe. Pero cuando llegó el momento de ponerla en práctica, tembló de miedo junto a su pueblo.

 A veces se tiene una fe de tipo intelectual que no está arraigada en la mente ni en el corazón; pero todo ese conocimiento no sirve si no se traduce de una forma práctica en nuestra vida de todos los días. El rey Acaz probablemente tenía una fe intelectual; pero el profeta Isaías tenía la fe como bandera de lucha. Y esto es lo que marca la diferencia.

 Este es un mensaje de aliento y de esperanza, pero también es real. La fe tiene que traducirse en una vida práctica. En la hora de la prueba, si nuestra fe es firme podemos reclamar en fe las promesas que nuestro Dios nos ha hecho. Él nos prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin, nos prometió que podíamos pedir cualquier cosa conforme a su voluntad en el nombre de Jesús y que Él lo haría.

Jesús es el mismo de ayer, de hoy y de siempre por los siglos, hace más de dos mil años le llevaron a todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó. (Mateo 4:24).

 La Mano de Dios no se ha cortado para hacer misericordia ni se ha cerrado su oído para escuchar nuestro clamor. A los que confían en Dios y esperan en Él con paciencia, con calma y paz en la espera, con fe, con la certeza de que Dios hará algo bueno, a éstos, les rodea la misericordia del Todopoderoso.

 Toda la gloria y el honor sean para Dios, porque Él es digno desde la eternidad hasta la eternidad.